El arquetipo de la bruja en la literatura española: ¿qué imagen tenían los autores clásicos españoles de la “bruja” o de la “hechicera”?

Me gustaría empezar esta entrada con un fragmento de Desde mi celda (1864) de Gustavo Adolfo Bécquer que dice así:


Los sábados, después de que la campana de la iglesia dejaba oír el toque de las ánimas, unas sonando panderos y, otras, añafiles y castañuela, y todas a caballo sobre escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar una banda de viejas, espesas como las grullas, que iban a celebrar sus endiablados ritos a la sombra de los muros de la ruinosa atalaya que corona la cumbre del monte”


En este fragmento, en ningún momento se menciona la palabra bruja, pero surgen atribuciones a esta figura como es “ir a caballo sobre escobas”, “viejas espesas como las grullas”, endiablados ritos a la sombra...”.


Con tan poco, ya nos podemos hacer una idea de la imagen que se ha ido teniendo a lo largo de la historia de la literatura sobre el arquetipo de la bruja o hechicera. Y es que este ser ha sido uno de los personajes clave a medio camino entre realidad y ficción que nos llevan a un tipo de pensamiento que se instauró entre los siglos XVI y el XVII: el pensamiento mágico. 


La necesidad de dar una explicación a algo que consideramos antinatural o paranormal y desde nuestra perspectiva mayormente cristiana que nos hace temer aquello que no conocemos, nos lleva a dar a la mujer sabía, conocedora del uso de plantas, aceites, de rituales para el cambio de estación, etc, el papel de “amante del diablo”. Así pues, una mujer que sabe se convierte en alguien que ha hecho un pacto con alguien de mayor rango que ella para poder tener esos conocimientos... GUAU.



                                                Grabado e bruja de Francisco de Goya s. XVI, XVII


Así pues, en obras maestras como La Celestina de Fernando de Rojas datado en 1499, el personaje de “la bruja” es descrito como el culpable de todos los males sucedidos en la obra. Quisiera añadir el fragmento en el que Pármeno describe a Calisto a La Celestina:



PÁRMENO.- ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congojas? ¿Y tú piensas que es vituperio en las orejas de ésta el nombre que la llamé? No lo creas, que así se glorifica en le oír, como tú cuando dicen «diestro caballero es Calisto». Y demás de esto es nombrada y por tal título conocida. Si entre cien mujeres va y alguno dice «¡puta vieja!», sin ningún empacho luego vuelve la cabeza y responde con alegre cara. En los convites, en las fiestas, en las bodas, en las cofradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella pasan tiempo. Si pasa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dicen «¡puta vieja!». Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dicen sus martillos. Carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el aire su nombre. Cantan los carpinteros, péinanla los peinadores, tejedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella pasan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas que son hacen, a doquiera que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh, qué comedor de huevos asados era su marido! ¡Qué quieres más, sino que si una piedra topa con otra luego suena «¡puta vieja!»!


CALISTO.- Y tú, ¿cómo lo sabes y la conoces?


PÁRMENO.- Saberlo has. Días grandes son pasados que mi madre, mujer pobre, moraba en su vecindad, la cual, rogada por esta Celestina, me dio a ella por sirviente; aunque ella no me conoce por lo poco que la serví y por la mudanza que la edad ha hecho.


CALISTO.- ¿De qué la servías?


PÁRMENO.- Señor, iba a la plaza y traíale de comer, y acompañábala, suplía en aquellos menesteres que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía la nueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios; conviene saber: labrandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poquito hechicera. Era el primero oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas de estas sirvientes entraban en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras, y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino, y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar; y aun otros hurtillos de más cualidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A éstos vendía ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. Subió su hecho a más, que por medio de aquéllas comunicaba con las más encerradas hasta traer a ejecución su propósito. Y aquéstas, en tiempo honesto, como estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alba y otras secretas devociones, muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalzos, contritos y rebozados, desatacados, que entraban allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía! Hacíase física de niños, tomaba estambre de unas casas, dábalo a hilar en otras, por achaque de entrar en todas. Las unas, «¡Madre acá!», las otras, «¡Madre acullá!», «¡Cata la vieja!», «¡Ya viene el ama!»; de todos muy conocida. Con todos esos afanes nunca pasaba sin misa ni vísperas, ni dejaba monasterios de frailes ni de monjas; esto porque allí hacía ella sus aleluyas y conciertos. Y en su casa hacía perfumes, falsaba estoraques, menjuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mil facciones. Hacía solimán, afeite cocido, argentadas, bujeladas, cerillas, lanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimientes, albalinos y otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de corteza de espantalobos, de dragontea, de hieles, de agraz, de mosto, destiladas y azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos de limones, con turbino, con tuétano de corzo y de garza y otras confecciones. Sacaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselva y clavellinas, mosquetadas y almizcladas, polvorizadas con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y milifolia y otras diversas cosas. Y los untos y mantecas que tenía es hastío de decir: de vaca, de oso, de caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de garza, de alcaraván, de gamo y de gato montés, y de tejón, de arda, de erizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla: de las hierbas y raíces que tenía en el techo de su casa colgadas, manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y de mostaza, espliego y laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje e higueruela, pico de oro y hojatinta. Los aceites que sacaba para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuí, de alfócigos, de piñones, de granillo, de azufaifas, de neguilla, de altramuces, de arvejas y de carillas, y de hierba pajarera, y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que guardaba para aquel rascuño que tenía por las narices. Esto de los virgos, unos hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas delgadas de pellejeros e hilos de seda encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía.


CALISTO.- ¡Así pudiera ciento!


PÁRMENO.- ¡Sí, santo Dios! Y remediaba por caridad muchas huérfanas y erradas que se encomendaban a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de hiedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres, y a unos demandaba el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a otros, pintaba en la palma letras con azafrán; a otros, con bermellón; a otros daba unos corazones de cera llenos de agujas quebradas, y otras cosas en barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira”


Bien, para empezar, los primeros términos que se utilizan para describirla son “puta vieja” y, más tarde, descubrimos que se le conocían 6 oficios: “perfumera”, “labrandera”, “maestra de hacer aceites y coser virgos”, “alcahueta” y “hechicera”. ¿Por qué la necesidad del autor de crear un personaje sabio conocedor de la naturaleza y que, además, es una meretriz, una hechicera y que restaura vaginas para conservar la virginidad de la mujer que la pierde antes de casarse?


Es una extraña combinación, desde el punto de vista que parece que toda mujer que sabe utilizar la naturaleza en su favor y que se sirve de su poder para empoderarse, para ser independiente, tenga que ser además una “puta vieja” y, además, prostituya al resto de mujeres. Porque además, pensándolo bien, Calisto y Melibea lo tenían muy fácil para poderse casar: ambos eran de un estatus alto en la sociedad, de buena familia, era tan fácil como instaurar relaciones entre familias para llegar a un acuerdo de casamiento. ¿Qué necesidad tenían los protagonistas de buscar a una “vieja alcahueta” sin tan mal nombre, tenía? ¿No?


El miedo a lo paranormal, el miedo a la sabiduría que pudiera otorgarle a una mujer en concreto lleva a los autores masculinos a renombrar a esta clase de mujeres como brujas y no en el buen sentido, sino en un ser maligno, capaz de desvirtuar al resto de mujeres que sí son decentes y que, casualmente, siempre nacen en el seno de una familia de clase alta. No nos olvidemos de que las sirvientas sí que las describe como prostitutas de oficio. 


Por otro lado, tampoco hace falta que vayamos a las grandes obras maestras clásicas. Vamos con Wicked de Gregory Maguire cuya protagonista es Elphaba, una niña que nace con la piel verde y dientes de tiburón y que acabará siendo la Malvada Bruja del Oeste del mundo de Oz. El autor de esta obra se muestra un poquito más a nuestro favor y nos va encaminando hacia los distintos motivos por los cuales Elphaba acaba retirándose de la sociedad para ser alguien con malas intenciones. Y es que Elphaba nace en un mundo que se domina por la dictadura y la discriminación, me atrevería a decir hasta el racismo, puesto que a ella la rechazan de entrada por ser verde y tener esos dientes tan característicos, la tildan de “bruja mala” solo por el mero hecho de ser diferente a los demás. Esta reflexión nos lleva a la obra literaria de El maravilloso mago de Oz de Lyman Frank Baum (1900) y esa mujer malvada de tez verde, fea, que viste de negro y que persigue a una pobre niña para recuperar unos zapatos plateados (en el libro original son de color plata, sí). Es verdad que se trata de un cuento para niños, pero ¿por qué convencer a los niños desde pequeños de que las mujeres “brujas” tienen que ser feas, tienen que dar miedo, tienen que ser malas” y tienen que competir siempre con otras mujeres “brujas” y desvirtuar la inocencia de la pobre niña perdida? 



Crecemos ya con un prejuicio a las mujeres, a la competitividad entre nosotras, en lugar de enseñarnos que juntas es mejor, que si nos apoyamos y nos queremos, podemos hacernos mujeres fuertes e independientes, aunque supongo que eso no ha interesado nunca. 


Me gustaría acabar con un discurso de Boudica, reina guerrera de los icenos que se atrevió a luchar contra la ocupación romana entre los años 60 del siglo I, durante el reinado del emperador de Nerón, que según el historiador Dión Casio pronunció justo antes de batallar contra las tropas de Cayo Suetonio Paulino, gobernador romano de Britania. No era bruja como tal, pero era la muestra de la mujer fuerte, la mujer que se une a mujeres, la mujer capaz de salvar a su pueblo de la ocupación romana. No temamos ser como Boudica, mostrémonos tal y como somos, con nuestros conocimientos y nuestras fortalezas, esas que nos caracterizan. Y es que la humanidad siempre ha tenido miedo de las mujeres que vuelan alto, orgullosas de ser BRUJAS.


"Te doy las gracias Andrasta, y a ti me dirijo como mujer que le habla a otra mujer; pues yo no reino sobre egipcios que soportan cargas como Nitocris, ni sobre traficantes asirios como hace Semíramis, pues estas cosas que ahora sabemos las hemos conocido por los romanos, ni mucho menos sobre los propios romanos, como hizo una vez Mesalina, luego Agripina y ahora Nerón; quien aunque masculino de nombre, de hecho es una mujer, como lo prueba su canto, el tañido de su lira y el embellecimiento de su persona.
No, aquellos sobre los que reino son britanos, hombres que no saben como cultivar el suelo o ejercer el comercio, pero que están profundamente versados en el arte de la guerra y todo lo poseen en común, incluidos hijos y esposas, de modo que estas últimas poseen el mismo valor que los hombres. Como reina, pues, de tales hombres y tales mujeres, te suplico y ruego por la victoria, la preservación de la vida y la libertad contra esos hombres insolentes, injustos, insaciables, impíos; si es que verdaderamente podemos llamar hombres a esas gentes que se bañan en agua caliente, comen golosinas artificiales, beben vino sin mezclar, se ungen con mirra, duermen en blandos lechos con muchachos como compañeros, muchachos que dejan en ello su flor y son esclavos de un mezquino tañedor de lira.
Por tanto que la señora Domicia Nerón, no pueda reinar sobre mi o sobre vosotros, hombres; que cante la mozuela y gobierne a los romanos, que seguramente merecen ser esclavos de tal mujer tras haberse sometido a ellos durante tanto tiempo. Pero para nosotros, sé tú, señora, sola y siempre nuestra guía."









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