El arte de escribir...
Aquí podréis leer nuestras más variopintas historias ficticias, pequeños relatos e ideas que se nos vienen a la mente y fragmentos de textos que, creemos, que os gustarán.
Aunque sean nuestros, no tengáis miedo a participar o a puntuar, decir vuestra opinión, siempre con respeto, y sugerir ideas.
27 de octubre del 2013
Hacía tiempo que no escribía, mi Musa va y viene como le da la gana... pero ahí va:
17 de junio del 2013
30 de mayo del 2013
10 de mayo del 2013
24 de abril del 2013
Vale, vuelve a no ser Grey, ni Gabriel ni Gideon, pero espero que os guste. Allá va:
16 de abril del 2013
Aunque sean nuestros, no tengáis miedo a participar o a puntuar, decir vuestra opinión, siempre con respeto, y sugerir ideas.
27 de octubre del 2013
Hacía tiempo que no escribía, mi Musa va y viene como le da la gana... pero ahí va:
Sandra
comenzaba a sentirse sola cuando Samael no estaba con ella, era como su mitad,
y cuando él no se encontraba estaba vacía, como si algo le faltara. Samael era
su droga, sus ganas de vivir, su aliento, era su todo, sin él la vida no tenía
sentido, le necesitaba, necesitaba sus caricias, sus azotes, sus besos
lascivos, le necesitaba dentro. Así que se presentó en su mansión. Uno de los
esbirros de Samael, un demonio menor, algo feo y encorvado la hizo pasar y la
guió hasta los aposentos de Samael.
-
Querida Sandra, ¿qué te trae por aquí?
-
Samael… llevas una semana sin venir… yo… no puedo…
-
¿No puedes qué?
-
Vivir sin ti.
-
Pero sabes que solo debes venir cuando yo te haga
llamar, sabes que puedo castigarte por esta desobediencia ¿no?
-
Sí, pero… me da igual, me vuelve loca no saber de
ti.
-
Ay, vida mía… eres muy rebelde… tengo que enseñarte
modales…
-
Enséñamelos, por favor…
-
Claro que lo haré, por eso soy tu amo. Ven aquí,
querida mía.
-
Oh, Samael… no me dejes nunca por favor…
-
No lo haré…
Samael
notaba algo extraño, algo que nunca había sentido por ninguna de sus mujeres,
cuando abrazaba a Sandra algo le reconcomía por dentro, un ardor le subía por
el pecho y se le amarraba a la garganta. Desearía no tener que soltarla nunca.
No entendía lo que sentía, pero sabía que era algo que le hacía débil y no
podía permitirlo, no a tan pocos pasos de cumplir su plan.
-
Aparta, Sandra, debes irte.
-
Pero… ¿por qué?
-
Porque te lo digo yo, ¿te parece poco?
-
No me hagas esto, te lo suplico.
-
¡Te he dicho que te vayas!
-
Samael… no…
-
Está bien, quédate, mis súbditos te prepararán una
habitación, ante todo llevas en tu seno a mi descendiente, y me veo en la
obligación de cuidarte, pero mañana a primera hora te irás.
-
¿No puedo dormir contigo?
Samael
dudó.
-
Solamente esta noche.
17 de junio del 2013
PRIMER ENCUENTRO SANDRA Y SAMAEL
Sandra se encontró de repente ante
aquel atractivo hombre, que tenía el cabello negro como el carbón y unos
grandes ojos de color ébano, cuya mirada tan magnética la cautivaba y la hacía
perderse en la oscuridad.
-
Si
quisiera, podría desnudarte ahora mismo tan solo con mirarte.
-
Quizá
entonces te cruzaría la cara de una bofetada.
-
No
creo… se te ve tan dispuesta… sino ¿por qué se te aceleraría tanto el pulso
cuando me acerco a ti?
-
Estás
muy seguro de ti mismo… ¿cómo te llamas?
-
Samael,
encantado, de conocerte, Sandra.
Samael le cogió la mano a Sandra
para besársela y se paró entre su dedo índice y su dedo corazón, recreándose
con la lengua¸ como si realmente ese pequeño hueco fuera el símil de otra zona
más íntima y donde ella querría que acabase Samael aquella misma noche.
Sandra cierra los ojos,
humedeciéndose los labios poco a poco, pasando su lengua por el labio inferior
e imaginándose a Samael recorrer todo su cuerpo tan solo con la punta de su viperina
lengua.
-
¿Cómo
sabes mi nombre?
-
Porque
yo lo sé todo, querida.
-
¿Todo?
Entonces sabrás lo que estoy pensando ahora mismo ¿no?
-
Por
supuesto.
-
¿Y qué
pienso?
-
Piensas
que te gustaría que te arrancara toda tu ropa en este mismo momento.
-
¿Y qué
más?
-
Y que
estás deseando que te folle.
-
Si
estás tan seguro de eso… ¿Por qué no lo haces?
-
Porque
no suelo hacer estas cosas en público, si me acompañas te follaré con muchísimo
gusto.
-
Por
mí, como si me llevas al mismísimo infierno.
-
Allí
es dónde vas a ir, precisamente.
La dama de las sombras, Montse Carrillo
30 de mayo del 2013
Marga, sentada en un banco en el aeropuerto
con su maleta y mordiéndose las uñas, está impaciente por ver a Juan aunque no
se había parado a pensar que iban a hacer con Carol ese fin de semana. Empezaba
a tener serias dudas sobre lo que si había hecho estaba bien o no, al fin y al
cabo esa chica era su pareja, lo que la convertía a ella en la otra. Pensándolo
bien, no sabía ni siquiera si vivían juntos. No se había parado a preguntárselo
en ningún momento. Mientras miraba hacia abajo moviendo su pierna rápidamente
en pleno ataque de ansiedad alguien le recogió un mechón de pelo y se lo puso
detrás de la oreja, cuando por fin levanta la vista ahí esta Juan, dirigiéndole
la mirada más dulce que ha visto jamás.
-
Hola, tontita.
Marga se levanta rápido y le da un abrazo de
los que hacen historia, Juan la aparta un poco la mira a los ojos, la mira a la
boca y otra vez a los ojos, le coge del cuello con una mano y la besa lentamente en los labios,
introduciéndole poco a poco la lengua, convirtiendo un romántico beso en otro
apasionado que hace que ambos se desboquen. Juan la coge en brazos agarrándole
la espalda con fuerza y Marga siente que está a punto de desmayarse. Cuando el
beso llega a su fin, Marga le mira intensamente y le roza los labios a Juan con
la yema de sus dedos dando paso a otro beso, esta vez corto y casi sin tocarse,
pero que hace que ambos se estremezcan.
Montse Carrillo
10 de mayo del 2013
Después de un rato en silencio, tan solo
rozándose las manos y diciéndose mil cosas simplemente a través de la mirada,
Marga se queda dormida. Juan se tumba a su lado y Marga sin darse cuenta le
rodea con el brazo apoyándose en su pecho y se le dibuja una sonrisa en la cara
tras un suspiro, como si por fin pudiera descansar. A Juan le recorre un
escalofrío por la espalda. Podría estar así, en esa misma posición, toda una
vida. Consigue dormirse otra vez, pero oye unos sollozos que provienen de
Marga.
-
No, Lucas, vuelve… no te vayas…
Marga tiene una pesadilla, Juan le acaricia
el pelo, le besa en la mejilla y parece que Marga vuelve a dormirse.
-
Te quiero –le declara Juan en un susurro.
Marga se estremece, aunque está dormida, es
como si le hubiera escuchado y le abraza más fuerte. Juan se sonroja, nunca
había pronunciado esas palabras y se había sorprendido a él mismo. Ni siquiera
le había dicho nunca que la quería como amiga, todo había surgido siempre tan natural
entre ellos que nunca habían necesitado hablar de eso, tanto el uno como el
otro sabían que existía una química, un lazo que los uniría para siempre, por
muchos años que pasaran y por muchos kilómetros que los separaran.
Montse Carrillo
24 de abril del 2013
Vale, vuelve a no ser Grey, ni Gabriel ni Gideon, pero espero que os guste. Allá va:
Después de veinte años y entrando en los cuarenta,
Marga se sentía frustrada, amargada y sin alicientes. Todo el día la misma
historia: llevar a los niños al colegio, limpiar la casa, hacer la comida,
buscar trabajo y leer un poco. Después del divorcio se sentía tan vacía que no
podía dejar de comer para intentar llenarse, había engordado unos kilos y,
aunque no era nada exagerado, ella no podía dejar de darse asco al mirarse al
espejo.
En uno de esos días rutinarios y secos sin
más novedades que la de encontrarse una cana más en la cabeza, Marga empezó a
mirar el correo electrónico y de repente se conectó Juan. Juan había sido un
gran amigo de Marga en el pasado, pasaban las tardes enteras con una café en la
mano hablando de todo, arreglando el mundo, como ella mencionaba a menudo, pero
desde que él se fue a Londres todo había cambiado y ella retenía una pizca de
rencor hacia él en el corazón. Se sentía abandonada, aunque sabía perfectamente
que era un sentimiento totalmente egoísta, puesto que él fue a buscarse el pan.
- ¡Marga! ¿Cómo estás?
- Hombre, el desaparecido… Bien, bien, ¿y tú?
- Pues ahora he llegado a casa, ya sé que hacía días que no te decía
nada, perdona.
- No, tranquilo… entiendo que tengas cosas que hacer.
- ¿Cómo lo llevas? ¿Qué tal los niños?
- Pues hoy están con su padre y bien lo llevo bien, ya sabes, no hay más
novedades.
- Pues… yo tengo que darte una.
- A ver… sorpréndeme –dijo Marga sin mucha expectación.
- Vuelvo en breve, la semana que viene me tienes por allí.
- ¡No me lo puedo creer! ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? – de repente se había
dibujado en la cara de Marga una sonrisa.
- El fin de semana, tengo morriña de la tierra.
- Pues a buenas horas te ha entrado la morriña… tenías esto bastante
abandonado.
- ¿Vendrás a buscarme al aeropuerto o qué?
- Sí, cuenta con ello, claro. ¿Tienes dónde quedarte?
- Hombre, pensaba quedarme en tu casa, claramente.
- Por supuesto, ya sabes que aquí tienes el sofá disponible siempre que
quieras, aunque ahora que lo pienso, ese fin de semana podrás utilizar la cama
de Lucas o de Martita.
- ¡Perfecto!
Pasaron los días, Marga no podía dejar de
pensar en ver a su gran amigo. Todo el rencor que hubiera podido acumular se le
esfumó en cuestión de segundos. Limpió bien su modesto piso y pensó en el menú
que le iba a ofrecer a Juan.
Llegó el viernes por la tarde, el avión de
Juan llegaba exactamente a las 19:42, pero ella llegó al aeropuerto a las
17:00, estaba nerviosa, por fin iba a dejar de estar sola, le recorría una
extraña sensación en el estómago, como si le estuvieran removiendo todo lo que
había comido en esa misma semana.
17:30, 18:00, 19:00, 20:00… el avión se
retrasa y Marga se impacienta…
- Hola, preciosa –escucha por detrás, muy cerca de su oído y le recorre
un escalofrío por la espalda. Se gira y
ahí está él.
- ¡Juan! Por fin… -le abraza como si el mundo fuera a estallar en ese
mismo momento y Juan sonríe, cómo la había echado de menos…
- Tranquila, me vas a ahogar y no es plan de morirme aquí mismo…
- Perdona, perdona, es que… me has hecho tanta falta….
- ¿Te invito a un café?
- Sí claro, ¿vamos al bar de siempre?
- Y tanto…
Marga miraba a Juan y pensaba que era como si
nunca se hubiera ido. Había vuelto atrás en el tiempo y no quería dejar de
estarlo.
- Marga, ¿me oyes? Se te está enfriando el café.
- Sí, perdona, me estaba acordando de cosas.
- ¿Qué cosas, Tontita?
“Tontita” era el mote que le había puesto
cuando eran jóvenes y se lo decía tan dulcemente que Marga no podía evitar
sentir algo que no sabía describir, pero que ahí estaba.
- Ya sabes que no me gusta que me llames así, tontito –le dijo pegándole
un manotazo que podría ser caricia, perfectamente.
Juan le coge la mano y se la acerca a la cara.
- Te he echado mucho de menos…
- Emm, bueno, ¿qué vas a querer cenar? Imagino que allí no has muerto de
hambre por pura casualidad, ¿no?
- Cómo lo sabes… Me conformo con cualquier cosa, casi.
Se dirigen a casa de Marga, de repente ella empieza
a estar muy nerviosa, como si tuviera quince años y fuera su primera cita, pero
por el amor de Dios, era Juan, no un adolescente que la hubiera invitado al
cine y a una hamburguesa, sino su gran amigo, el que la había acompañado en
momentos tan difíciles como la muerte de sus padres y el que la había hecho
reír en innumerables ocasiones.
- Pasa a mi gran palacio…
- Va que no está tan mal, no seas quejica. ¿Cuál es mi habitación?
- Te acompaño.
Juan coge una foto de los niños y la acaricia
con los dedos.
- ¡Qué guapos y mayores están!
- . Sí, la lástima es que no los podrás ver, tenían muchas ganas de ver a
su tío, pero…
- Sí, yo también a ellos, pero más a ti.
Marga se retuerce, el corazón se le va a
salir del pecho y un ardor en el estómago empieza a aparecerle.
- Anda, no digas tonterías. Hace meses que apenas hemos hablado, seguro
que andabas “pendoneando” con la primera que te retozara –dice Marga en un repentino
ataque de… ¿Celos?
- ¿Y eso te molesta?
- ¿A mí? ¿Por quién me tomas?
Se dirigen al comedor, Juan empieza a mirar
las cosas de Marga y coge un CD de Amaral.
- ¿Aún lo escuchas?
- Hace tiempo que no la verdad.
- Pues ahora lo vas a escuchar.
Suena “Sin ti no soy nada”. Juan se acuerda de cuando le tocaba esta canción con la guitarra y le dice:
- ¿Recuerdas las tardes en mi casa tocando la guitarra?
- Sí claro, como olvidarlo, ¿sigues tocando, no?
- Bueno, ahora no tanto, he perdido un poco la inspiración.
- Eso es Londres, que te ha enfriado el cerebro.
- ¡Qué graciosa eres!
Juan se queda pensativo:
- ¿Recuerdas las tardes en mi casa tocando la guitarra?
- Sí claro, como olvidarlo, ¿sigues tocando, no?
- Bueno, ahora no tanto, he perdido un poco la inspiración.
- Eso es Londres, que te ha enfriado el cerebro.
- ¡Qué graciosa eres!
Juan se queda pensativo:
- ¿Bailas conmigo?
- Anda no seas tonto…
- No, no seas tú tonta, Tontita…
La saca a bailar. Marga se siente otra vez
como una adolescente. No sabe hacia dónde mirar, porque teme que si le mira a
los ojos pueda derretirse. Juan le coge de la barbilla.
- Estás preciosa, los años te sientan muy bien, anciana.
- Te estás ganando quedarte sin cena, lo sabes, ¿no?
- Bueno, ahora mismo me da igual, la verdad.
Por fin, Marga le mira a los ojos, se pone
nerviosa porque él se acerca cada vez más hasta que sus labios se funden. Lo
habían deseado desde la primera vez que se vieron, aunque habían reprimido ese
sentimiento durante largo tiempo.
- Juan… ¿Qué haces?
- ¿Te molesta?
- Emm… sí… quiero decir… no…
- ¿Por qué no te dejas llevar y punto? Al fin y al cabo solo me quedo un
fin de semana.
La vuelve a besar y sus manos recorren cada
rincón de su cuerpo con sumo cuidado. A Marga se le eriza la piel. La coge a
horcajadas y la lleva al sillón viejo y marrón que hay en la esquina. La sienta
encima y empieza a besarle el cuello con
tanta ansiedad que parece que van a desaparecer si abre los ojos.
Marga no da crédito a lo que está viviendo,
pero se siente amada, querida y en realidad se había imaginado tantísimas veces
ese momento que parece que lo hubiera vivido ya.
Juan le desabrocha la camisa, botón a botón y
deja fuera los pechos tan bien conservados de Marga, a pesar de sus ya cuarenta
años y dos niños amamantados. Mientras, Marga se pone colorada ante la intensa mirada
de Juan, que la pone nerviosa.
Le besa los pechos con pasión, como si
estuviera hambriento y le recorre la espalda con las manos. Marga le quita la
camiseta, le acaricia el pecho, le besa en la boca y baja por el cuello, le
absorbe. Juan mete la mano debajo de la falda de Marga y le aprieta el culo mientras
con la otra le coge del cuello por detrás, sujetándola como si fuera una frágil
figura de porcelana.
-
Ya no hay vuelta atrás… -dice ella.
-
Ni falta que hace.
Juan nunca la había visto desnuda, aunque se
la había imaginado un centenar de veces, y se había quedado trastornado ante
tanta belleza. La mano pasa del culo a la entrepierna de Marga y empieza a
acariciarla suavemente, con la otra mano se desabrocha los botones del pantalón
dando paso a una erección que solamente busca consolarse con el cuerpo de
Marga.
La penetra y ambos suspiran como si por fin
hubieran llegado al mismísimo cielo, había pasado tantísimo tiempo y habían
acaecido tantas cosas que ya ni recordaban esa primera tensión sexual que les
unía de jóvenes.
Al principio es lento, saboreando cada
rincón, cada momento, cada caricia... pero poco a poco van agilizándose, sus
cuerpos se comportan como si fueran uno solo y se complementan como nunca antes
les había pasado con nadie.
-
Podría pasar horas dentro de ti…
-
Pues hazlo…
Llegan al orgasmo al unísono, aunque Marga ya
ha tenido unos cuantos y Juan le acaricia la cara con una dulzura extrema. Aún
permanece en ella y entonces se miran como si solamente existieran ellos dos,
como si el mundo se hubiera disipado.
-
No te vayas… -le dice ella melancólica, pensando en que el fin de
semana pasará y volverá a estar sola.
-
Vente conmigo, tú y los niños.
-
Yo… no puedo alejarlos de su padre.
-
Entonces, volveré, ¿vale? Te prometo que no tardaré tanto en venir de
nuevo.
El fin de semana pasó, el domingo por la
tarde Marga acompañó a Juan al aeropuerto de nuevo y sentía como si le
extirparan un riñón, como si una parte de ella se fuera con él. Él la besa en
los labios y dice:
-
Volveré, lo juro.
Montse Carrillo
16 de abril del 2013
-
Señorita Sánchez, ¿está usted bien?
Pero… ¿qué hago
en la entrevista? Me he debido desmayar o algo, joder, me duele muchísimo la
cabeza. Si estaba en el autobús hace un momento… bueno, no, en el sitio ese tan
raro de la pizarra…
-
Emm lo siento… ¿qué hago aquí?
-
Teníamos una cita, ¿lo recuerda? Ha entrado usted hace
cinco minutos pero no ha dicho ni una palabra hasta ahora. Estaba como… “ida”.
Soy el jefe de Recursos Humanos de Ediciones Montecarlo, el señor Chávez.
-
Dios mío, no entiendo que me ha pasado, por un momento
pensaba que estaba en otro lugar, disculpe. – Cuando me fijo en el señor
Chávez, me doy cuenta de que se parece mucho a esa especie de rana que me ha
atormentado la mañana, sólo que no es verde. Me ofrece una sonrisa lastimera, o
quizá miedosa, creo que piensa que estoy loca…
-
Ya, claro… No se preocupe, acabaremos rápido y podrá
irse a casa. Bien en Ediciones Montecarlo buscamos a una persona centrada y con
ganas de crecer profesionalmente dentro de nuestra empresa. Usted, bueno, la
persona elegida se encargaría de la lectura de los manuscritos que nos vayan
llegando y, una vez, seleccionados por un comité de editores, se encargaría
también de la corrección de estos manuscritos. El sueldo sería bastante
humilde, ya sabe usted los tiempos que corren, pero creemos que, para las
tareas que tendrá que desempeñar, se corresponde correctamente. El horario
sería de 9.00h a 14.00h y de 16.00h a 19.00h y…
Dios mío este
hombre habla muy deprisa, no lo aguanto y ¿qué me esta contando? Voy a trabajar
todo el día como una burra para ganar una miseria que, según él, “se
corresponde a las tareas que tendré que desempeñar”.
-
¿Me está usted escuchando señorita Sánchez?
-
Sí, claro que sí, perdone si le he dado la impresión
equivocada –he dejado de escucharle completamente, madre mía, no voy a
conseguir el puesto.
-
Perfecto… ¿tiene alguna pregunta?
-
No, la verdad es que me ha quedado todo bastante claro.
-
Bien, pues en cuanto sepamos algo la llamaremos.
Encantado de conocerle. –Y me ofrece una sonrisa falsa como él solo, está
deseando que me vaya.
-
Igualmente, gracias por ofrecerme su tiempo.
-
Sí… adiós.
Salgo de allí
blanca como la nieve. Lo he estropeado todo. No sé que me ha podido pasar, pero
para una oportunidad que me surge me quedo en blanco. Bien, Paula, sigue así. Y
ni siquiera me he desmayado, simplemente he entrado embobada, o algo peor ¿qué
le está pasando a mi estúpido cerebro?
Llego a casa,
después de un día bastante atareado: salir de la entrevista, ir a ver a mi
madre, hacer la compra… Lo primero que hago es quitarme los zapatos y noto que
mis dedos empiezan a respirar, por fin. Me apetece cocinar para relajarme, haré
una tortilla de patatas, por ejemplo.
Oigo unas llaves abriendo la puerta de casa, Alex ya ha llegado.
-
Hola cariño, ya estoy en casa.
-
Hola, vida. ¿Vienes con hambre?
-
Pues, sí, para que negarlo. Espero que hayas hecho
patatas fritas y huevos fritos, mmm, se me hace la boca agua.
-
Pues algo así es, pero sin ser lo que quieres. –Al
decir esto, recuerdo lo que me dijo el ser extraño ese, “todos son tus “yos”,
pero cada uno es distinto”.
-
¿Te pasa algo, Paula? Te noto triste.
Vuelta a la
realidad
-
No, es que he tenido un día raro.
-
¿Y eso…? ¿Cómo ha ido la entrevista?
-
Pff, mal, el de recursos humanos ha pensado que estoy
loca.
-
¿Y por qué tendría que pensar eso?
-
Pues, ya te he dicho que he tenido un día muy raro.
-
Vale, vale… tranquila eh.
Alex es un novio
perfecto, menos cuando se pone pesado o, al menos, creo yo que se pone pesado.
La verdad es que no me gusta que me aturdan cuando estoy nerviosa y hoy ha sido
un día difícil y extraño. Conocí a Alex cuando tenía 19 años, entonces yo no
tenía ganas de relaciones amorosas, pero el consiguió hacerse un hueco en mi
corazón, haciéndome reír, cuidándome, mimándome y esas cosas que a todas las
chicas nos gusta de los hombres. Siempre he pensado que es el definitivo, el
hombre de mi vida, pero, últimamente, siento que no entiende muy bien lo que me
pasa, aunque lo intente. Por otro lado, el chico no esta nada mal, moreno,
alto, de espalda ancha y con unos pequeños grandes ojos marrones, digo pequeños
por el tamaño y grandes por la mirada que tiene, una mirada que te tranquiliza
cuando lo necesitas, menos cuando se pone pesado con sus preguntas.
-
¿Me vas a decir qué es lo que te ha pasado hoy?
-
Alex, por favor, sólo tengo ganas de irme a dormir y
despertarme mañana, ¿es tan difícil de comprender eso?
-
Sí, soy tu novio desde hace unos cuantos añitos, así
que podrías confiar en mí, para variar, y no pagar tu día conmigo.
-
Lo siento –me disculpo haciendo de tripas corazón, no
me gusta nada bajarme del burro- mañana será otro día, de verdad.
-
Está bien. Ya no te molesto más.
Cierro los ojos,
quiero dormirme y no pensar. Quiero dormirme y dejar que se me pase el enfado.
-
¡Paula, ayúdanos!
Despierto
ahogada en sudor. ¿Qué pasa? ¿Ha sido eso un sueño? No, ha sido muy real, lo he
escuchado en la habitación. Me levanto, voy al lavabo a mojarme la cara y al
mirarme al espejo me doy cuenta de que estoy empezando a enloquecer. Tengo unas
ojeras que me llegan hasta el cuello y creo que tengo fiebre. Puede ser que
haya incubado algo, y de ahí todas las alucinaciones, todo eso explicaría mi lamentable
actuación en la entrevista de trabajo. Voy corriendo a por el termómetro y…
¡Dios mío! ¡Tengo 41º de fiebre! Siento que me desmayo y oigo a Alex de fondo:
-
¡Paula! ¡¿Qué te pasa?! ¡Dios mío! ¡¿Qué hago?!
-
¡Paula, corre, nos persiguen! ¡Más rápido!
-
Pero… ¿Qué hago otra vez aquí?
-
¡Deja de hacer preguntas estúpidas y corre!
Sí,
efectivamente estoy corriendo, porque detrás de mí hay unos avispones
persiguiéndonos que lanzan aguijones gigantes, bueno… es que ellos son
gigantes, madre mía, como nos pillen nos atraviesan, ¡tengo que correr más! El
hombre-rana gira estratégicamente por un callejón y yo le sigo, nos escondemos
detrás de una especie de poste, y los avispones gigantes pasan de largo. Siento
que me falta la respiración e intento pronunciar alguna palabra.
-
¿Qué… qué… era… eso…?
-
Paula, te lo dije, Ellos nos persiguen. ¡Quieren
matarnos!
-
¿Qué podemos hacer para deshacernos de esos bichejos?
-
Por fin empiezas a hablar mi idioma, ¡eso es lo que
tenemos que hacer!
-
Ya, ya me he dado cuenta, pero ¿tienes idea de cómo
detenerlos?
-
No, pero hay alguien que sí, vamos a tener que caminar
mucho hasta encontrarlo, pero no te preocupes, nos vamos a salvar.
-
¡Pues empecemos a caminar ya!
Puntos insignificantes, Montse Carrillo
Texto registrado en:
9 de abril del 2013
Siento asombro y
miedo, y asombro otra vez, pero ¿hacia dónde va el maldito autobús? Me levanto
para preguntar:
-
Señor, ¿qué ha pasado? ¿Hacia dónde nos dirigimos?
¡Llegaré tarde a mi entrevista! –de repente, me doy cuenta de que el conductor
no tiene cara, bueno, sí tiene, pero no tiene ojos, ni nariz, ni boca, ni pelo,
ni… ¡orejas! ¡No me escucha! ¡Maldita sea!
-
¡Paula!
-
¿Qué…? ¡¿Quién me habla?!
-
¡Paula!
Vale… ahora sí
que tengo miedo.
-
¡Paula!
Eso es lo último
que escucho, porque la siguiente sensación es la de un bate de béisbol
golpeando mi cabeza y me desvanezco.
Abro los ojos y
lo primero que veo es un ser extraño que está hablando sin parar. En cuanto
recobro un poco los sentidos, me doy cuenta
de que estoy sentada en una silla, atada de pies y manos y amordazada.
Enfrente tengo una pizarra llena de cosas escritas en un idioma que no entiendo
y ese ser extraño sigue hablando, explicándome cosas que tampoco entiendo.
Habla tan deprisa que no puedo captar ni una palabra. Cuando me fijo veo que se
trata de un ser con una gran calva y de
la que cuelgan unos pocos pelos largos, tiene unas gafas enormes y su piel es
de color verde, es como una rana pero con forma humana. Para y me mira.
-
Paula, por fin te has despertado, perdona que te
hayamos traído así, pero es la única manera. No encontramos otra opción
factible. ¿Me reconoces?
Muevo mi cabeza
de lado a lado, es evidente que no te reconozco, ser monstruoso.
-
Ya veo… me llamo Paolo, como tú, pero con dos “os”.
¡¿Qué?!
-
Emm… sí… verás, es difícil de explicar, pero soy tu
otro “yo”, vivo dentro de ti.
Y si eres mi
otro “yo”, ¿por qué coño me has amordazado?
-
Sí, ya, ya sé lo que estás pensando, pero, de momento, no
hay más opciones. Sólo te iré desatando a medida que vayas entendiendo la
situación, porque, sino, te escaparás y no lo puedo permitir. Vamos a ver:
tenemos un problema, un problema muy gordo aquí. Ellos quieren destruirnos, a
ti, a mí y a los demás “yos”. Dicen que estamos a punto de descubrir algo que
no debe saber nadie. Yo no tengo ni idea de lo que es, tú, de momento, tampoco,
pero quieren destruirnos antes de que nos demos cuenta.
Ahora, sí que me
he perdido…
-
Éste es el único sitio seguro y aquí tenemos que
quedarnos ahora. Pero pronto tendremos que salir de aquí porque nos
descubrirán. ¿Tienes dudas?
Muevo la cabeza
de arriba abajo, ¡es evidente, carajo!
-
Está bien, te voy a quitar el pañuelo de la boca para
que me preguntes, pero tienes que prometerme que no vas a gritar, sino te
pegaré otra vez. No lo hago porque me guste hacerte daño, sino porque no quiero
que nos descubran, es por nuestro bien.
Vale, de
acuerdo, pero ¡Desátame!
-
Voy. ¡Qué bien nos comunicamos, eh! – y procede a
quitármelo.
-
¡Por el amor de Dios! ¿Dónde estoy? ¿Por qué me haces
esto?
-
Vale, para empezar, tú y yo sabemos que ese tal… ¿Dios?
no existe en nuestra vida. Para seguir, ya te he dicho que intento ponernos a
salvo y no se me ocurre otra manera de hacerlo sin que nos metas en más
problemas. Y para terminar, si tenías dudas, aprovecha y pregúntamelas. Pronto
tendremos que salir corriendo y no habrá tiempo para más preguntas.
-
Dices que eres mi otro “yo”… y que hay más como tú. No
lo entiendo.
-
Exactamente como yo o como tú no hay, hay otros “tús”,
digo “yos”, bueno, lo que sea, pero cada uno es de una manera distinta.
-
Pero yo soy yo.
-
Sí, claro que tú eres tú, pero yo también soy tú.
-
Pues no te pareces en nada a mí.
-
Claro porque yo soy yo.
-
No lo entiendo… bueno da igual, dejémoslo así porque
creo que no llegaremos a ninguna parte hoy. ¿Quiénes son Ellos?
-
Ellos son los malos… todo el territorio está lleno de
malos. Son agentes amarillos y negros que quieren aniquilarnos. No sé lo que
quieren, pero antes no había malos. Cuando todos los “yos” nacimos en este
lugar era un mundo feliz. Todo estaba recubierto de amapolas que olían bien, a
amapola, tal y como has comprobado al principio. De repente, un día, empezaron
a venir Ellos y se las comían, ¿entiendes? ¡Se comían nuestras amapolas! Y todo
dejó de oler bien, lo único que queda es lo que has visto al principio.
-
Emm, creo que estás loco… ¿Sabes de dónde vengo? Yo no
pertenezco a este mundo, yo me dirigía a una entrevista de trabajo, que ahora
es lo más importante para mí.
-
Te equivocas, esa entrevista no es lo más importante.
Lo más importante es salvarnos a todos y por eso estás aquí. ¡Ah! He escuchado
un ruido muy raro, nos vamos a tener que ir, rápido.
Otra vez la
misma sensación, otro golpe, me vuelvo a desvanecer…
Puntos insignificantes, Montse Carrillo
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5 de abril de 2013:
Sé que no es Grey, pero espero que os guste:
Despertó en un charco de sudor. Llamaron a la puerta. Se vistió rápidamente y fue a abrir. Allí estaba la mujer misteriosa de la noche anterior. Sintió que se le salía el corazón del pecho.
- ¿Quién…?
- ¡No importa!
Le besó apasionadamente y se unieron en un solo ser. Ella aspiraba cada gota del perfume de Emile, como si quisiera absorberlo. Montó sobre él y comenzó a morderle el cuello. Emile se dejaba dominar por aquella mujer de la que ni siquiera sabía su nombre. Emile besaba cada rincón de su cuerpo recorriéndolo con sumo cuidado, con una delicadeza extraordinaria como nunca antes lo había hecho. Samael siempre la trataba con agresividad, sus besos no eran dados con ternura sino con brutalidad.
La respiración acelerada de Naamah se chocaba contra la nuca despejada de Emile y notaba cómo se le erizaba la piel, no solo por la sensación de saber que se pertenecían, sino también por esa respiración acelerada, y por esa lengua que rozaba el lóbulo de su oreja entre otras cosas.
Cuando despertó a la mañana siguiente todo parecía un sueño. Ella ya no estaba allí y notaba un vacío en su interior que le atormentaba. Jamás había amado así a nadie, ni tan siquiera a Sandra, que había sido el amor de su vida, o al menos eso pensaba hasta ahora.
Encima de la mesita una nota: “Emile, no puedo desvelarte mi nombre, pero volveré. No me olvides, te lo suplico”.
Ambos se sentían en la gloria, por una noche habían olvidado todo y solo existía el amor que sentían.
4 de abril de 2013
Prefacio
La Dama de las Sombras, ese era el título
que la denominaba. La mujer más cruel que el mundo jamás ha visto. Naamah,
engendradora de todos los demonios, uno de los cuatro ángeles de la
prostitución y provocadora de ataques epilépticos en niños de apenas cinco
años. Vivía en las olas del mar junto a Lilith, siendo semejante a ella pero
incrementando su sensualidad, su belleza y su juventud.
Samael nunca la dejó volar, algo que ella
anhelaba con toda su alma, o lo que fuera lo que ella tenía. Quizá fuese este
el motivo por el que se escapaba por las noches a observar a Emile, último
descendiente directo del Dios de los judíos, su enemigo, aunque eso él no lo
sabía.
La Dama de las sombras, Montse Carrillo
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